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viernes, 10 de febrero de 2012

Odiseas de pequeños grandes seres


Por: Juan Gustavo Cobo/ Bogotá*

Felipe Santiago Arroyo, oriundo de Tumaco y de raza negra, fue condenado a treinta años de cárcel en la Isla Prisión Gorgona por sólo tres muertes comprobadas. Se le conocía como El Diablo, por su largo historial delictivo de por lo menos treinta y tres asesinatos en veintiún años.

Desde allí, desde esa isla situada a más de doscientas millas náuticas de la costa, se escapará en una clandestina balsa fabricada en medio de sus tareas como preso leñador. Remará con los brazos y tomará solamente agua de coco, para arribar treinta y ocho horas después a las playas próximas al pueblo de El Charco, en Nariño. Cuarentaiún años más tarde regresa al infierno que sufrió para revivirlo junto con Eccehomo Cetina, un periodista nacido en Valledupar en 1968 y quien trabajaría al lado de Gabriel García Márquez y Jaime Garzón en revistas y televisión.

Su garra de narrador es incuestionable, al fusionar sin sobresaltos diversos tiempos y puntos de vista, en este, el primer relato de su libro. También se destaca su astucia para escuchar las voces de quienes padecieron ese confinamiento, tan crudo como irreal, y los códigos de silencio y complicidad para sobrevivir en medio de ochocientos reclusos, lejos de Dios, por supuesto, pero no del Diablo, pues únicamente este pudo evadirse.

Las sorpresivas ironías del destino y el soporte, quien lo dijera, del ancestral sustrato religioso, en la cárcel y en la fuga, confieren aún más versatilidad a esta primera muestra de un libro que atrapa.

Con el horror del escenario y la fiebre de la narración. Aventura, sí, pero reflexión también sobre el tesón del ser humano, en situaciones límite.

El secuestro en El Caguán por las Farc y los setentaiseis meses en que Juan Carlos Lecompte aguarda por el retorno de su esposa Ingrid Betancourt integran las dos caras de esta segunda difícil reconstrucción. Una pormenorizada investigación primero y una reveladora entrevista nos dan versiones complementarias de un trágico suceso, no sólo político sino ante todo afectivo.

Tenemos así,con el paso del tiempo y las encontradas versiones, mayores elementos para intentar entender las personas que un país, injusto y en guerra, hiere y devora. Algo, por cierto, que el buen periodismo debe señalar.

El tercer texto cambia de tono. Mira el pasado y nos trae la figura del notable escritor austriaco, Stefan Zweig (1881-1942) hoy reeditado con amplitud y leído con fruición, desde su biografía de Fouche y Erasmo de Rotterdam hasta sus novelas llevadas al cine como Veinticuatro horas en la vida de una mujer y sus preciosas memorias sobre su Viena natal: el mundo de ayer.

Pero el motivo resulta más cercano: su generosa y admirativa gestión en pro de la difusión de la obra de Germán Arciniegas, en inglés, al recomendar sus libros a su editor en Nueva York.

Pero la sombra del conflicto donde Estados Unidos se une a Inglaterra en contra de Hitler también incidirá en Colombia. La cruzada de Zweig en favor de la herencia europea y la supervivencia judía revitalizándose en América y en ese Brasil, país del futuro, como titulara su libro sobre la tierra que lo acoge como exiliado, tendrá un desenlace amargo: el suicidio suyo y el de su mujer a pesar de los afanes de Arciniegas ante Eduardo Santos para traerlo a Colombia, preocupado por la presión que ya se vislumbra en sus cartas desde Petrópolis.

El texto cruza las seis cartas intercambiadas entre Zweig y Arciniegas con la situación política mundial, los aprestos para la guerra y la incomodidad que el propio Zweig experimenta en Brasil cuando lo acusan de ser escritor a sueldo del dictador Getulio Vargas. Se iniciaba el exterminio de judíos en Europa y en muchos países de Suramérica se manifestaban en favor del régimen nazi. Arciniegas, nombrado ministro de Educación, sufriría al saber cómo el 23 de Febrero de 1942, Zweig y su mujer, se suicidaron al ingerir veneno.

De ahí que el texto de Arciniegas dedicado a Zweig, aparecido en Revista de las Indias, No. 38, Febrero de 1942, y que he rescatado en la recopilación de artículos de Arciniegas, América nació entre libros (Presidencia de la República, 1996) lo reconozca ante todo como sacerdote de la libertad y la cultura. Esta crónica mantiene vivos tales ideales.

Una crónica viajera sobre Caracas, la Caracas de Hugo Chávez y el auge del país como lugar de tránsito hacia Europa de la cocaína colombiana, se ve frustrado por la negativa de las autoridades venezolanas a responder sus interrogantes. Cetina podrá dedicarse, en cambio, a la persecución nostálgica de uno de sus fetiches literarios. El día 2 de Agosto de 1970 cuando García Márquez recibe el Premio Rómulo Gallegos en dicha ciudad y al parecer se aloja en el Hotel Ávila, venido a menos. Tema que ya tiene su amplia versión venezolana: “Gabo nació en Caracas, no en Aracataca” de Juan Carlos Zapata (Caracas, Editorial Alfa, 2007).

Otra entrevista con visos literarios es la hecha a Gregorio Fuentes, de 101 años, el pescador de Cojimar en Cuba a quien Hemingway dejó en su testamento su barco de pesca “El Pilar” y que aún mantiene viva la leyenda del boxeador, cazador y novelista que bebía sus mojitos en La Bodeguita y sus daiquirís en El Floridita.

Quien, como dijo el escritor mexicano Juan García Ponce, en una bella página de García Márquez, le dio la noticia “con su verba florida”: “El cabrón del Hemingway se partió la madre con un escopetazo en Idaho, EUA”.

En la buena senda de El viejo y el mar de Hemingway se desarrolla una de las más intensas crónicas. La del viejo pescador José Reyes, de 74 años con trece hijos y dos mujeres, próximo a perder la vista, que en Nuquí trata de vencer su racha de mala suerte y se interna en el Océano Pacífico en pos del gran pez que lo redima. Para su desgracia ese pez si aparece bajo la forma de un inmenso marlín, más grande que su canoa, que con las manos cortadas por tensar el nailon y la sangre del mismo, atraerá a los tiburones.

Terminará por perder el rumbo, extraviado cinco días bajo el fuego del sol y obligado a beber sus propios orines. Su desaparición ha llevado en el pueblo incluso a sus dos mujeres a reconciliarse y a velar en un entierro simbólico un tronco de madera como imagen del ausente, con alcohol y alabaos. Rescatado por un camaronero alcanzará a participar de su propio velorio, en otra de esas odiseas de pequeños grandes seres a las cuales Cetina se mantiene fiel.

Otros textos dedicados a Rafael Leonidas Trujillo. Desde el insuperable “Rafael Trujillo. Retrato de un padre de la patria” de Hans Magnus Enzensberger, en Política y delito (1966) hasta la sólida y sin embargo vertiginosa recreación de La fiesta del chivo (2000) de Mario Vargas Llosa, Trujillo ha sido una atracción maligna para muchos escritores. Pero en este libro lo que oímos es la voz de un sobreviviente.

El inolvidable Jaime Garzón, transmutado en Heriberto De La Calle y los cubanos pobres que huyen de la isla hacia Miami y terminan luego en prisión, cierran este jugoso y fructífero volumen, pletórico de humanidad y de intuitiva comprensión de los seres que lo pueblan. De la cultura que los ha conformado y de la entereza con que le plantaron cara al destino. Son ahora héroes gracias a la palabra fraterna con que Eccehomo Cetina, sin despojarlos de su carácter elemental, los ha convertido en retratos vivos de gran profundidad literaria.



( * ) Este texto corresponde al prólogo del libro Crónicas: del diablo a Ingrid de Eccehomo Cetina ( B ).




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